Hablábamos de sueños la semana pasada. De sueños de verano, que siempre pensé que es la época del año perfecta para cumplirlos. Hablamos de los sueños de una lista. Pero también están aquellos deseos que los tienes pero no lo sabes. Hasta que se te cumplen. Como apuntarte a skate con tus amigas. A tus 40 años. Abrirte las rodillas como una quinceañera y llorar de risa porque es con ellas. O comprarte una máquina de coser y que haya sido la mejor idea que has tenido en mucho tiempo. O descubrir nuevos alimentos a estas alturas de la vida. ¿Soy la única que no sabía que existían las berenjenas blancas? Ahora entiendo por qué en inglés se llaman Eggplant. Lo entendí cuando vi la mata con todas las berenjenas blancas colgando. Como huevos… La historia de estas berenjenas es una historia de superación. De una verdura catalana que casi se había perdido pero que gracias a que algunas personas siguieron cultivándola en sus huertos de casa hoy vuelve a encontrarse en los mercados. No sé con lo ricas que son cómo perdieron popularidad. Siendo, además, tan bonitas. Porque son una preciosidad. Son más suaves que sus primas moradas, más dulces... Y mi tío José Félix cumplió uno de mis sueños fantasmas cuando me regaló una de las berenjenas blancas que él mismo había cultivado. Eso sí, él en tierras castellanas. Y la preparé de tal manera que se apreciara que era blanca. No tenía más así que las demás recetas son moradas. Pero busquen blancas y háganlas así. De las tres formas que les chivo hoy. Sanas y maravillosas. Tiene pinta de que hablaremos mucho de berenjenas las próximas semanas también… Les prometí muchas recetas griegas y allí son las reinas. Como los fuimos mis amigas y yo este verano en Mykonos. Pero tranquilos, de eso también les hablaré. Tenemos todo un curso por delante. Bienvenido, septiembre.