Desde pequeños nos han dicho que el desayuno es la comida más importante del día. Y esa frase ha sido interpretada por muchos como una especie de invitación a una barra libre: a primera hora de la mañana se puede comer casi cualquier cosa, que el cuerpo va a digerirla bien y -lo más importante- no vamos a engordar.
Pero este razonamiento es una falacia. Como señala el periodista Aaron E. Carroll, de la sección de Salud del periódico The New York Times, los poderes casi mágicos del desayuno están basados en una serie de estudios que han sido malinterpretados, o directamente, rebatidos en los últimos años.
Por ejemplo, los que aseguran que saltarse el desayuno es malo para la salud. Un trabajo científico publicado en 2013 relaciona esta práctica con un aumento en la probabilidad de sufrir un fallo coronario. Pero no existe una relación de causa y efecto, solo una correlación. No se sabe si los que se saltan el desayuno son a la vez fumadores -una conducta de riesgo que sí causa problemas cardiacos- o si tienen antecedentes familiares en este tipo de trastornos.
En un trabajo realizado en el mismo año en la revista American Journal of Clinical Nutrition, pusieron en duda varios estudios que habían sido publicados en los últimos años que relacionaban un desayuno escaso con la obesidad. Una vez más, los científicos erraban al asegurar que no tomar nada consistente por las mañas causaba obesidad, cuando solo existe una correlación. Por si esto fuera poco, los estudios puestos bajo sospecha se citaban entre sí para justificar los resultados y aumentar su validez, una falla metodológica que pone en duda su veracidad.
Y por si esto fuera poco, dichos estudios casi siempre tienen detrás algún tipo de lobby. Aaron E. Carroll asegura que marcas con mucho interés en que se desayune bien, como Kellog’s, han financiado dichas investigaciones. Otras, como la fundación The Quaker Oats Center of Excellence (que forma parte de la multinacional PepsiCo) aportaron fondos para un estudio en el que se concluía que el consumo de avena y de cereales azucarados reducía el peso y el nivel de colesterol en sangre.
El caso más grave quizás sea el de los estudios aplicados a los niños. En ellos se asegura que los que no desayunan lo suficiente suelen ser más obesos que los que desayunan dos veces. Pero este tipo de trabajos no tiene en cuanta variables como la pobreza, ya que los chicos que no comen nada puede que tengan hambre y sus padres hayan decidido alimentarles con más cantidad de alimentos -y más calóricos- a mediodía que por las mañanas. Al no tener en cuenta este tipo de situaciones, las conclusiones tipo “los que no desayunan engordan más” carecen de validez.