Hace años que dejamos de pensar que el desayuno es la comida más importante del día. Una falacia, pues todas las comidas importan. Aunque sobre todo importan el tipo de alimentos que se consuman en ellos, algo que en el desayuno puede resultar aún más evidente, especialmente si hay tostadas de por medio.
Aunque no sea España un país de desayunos especialmente contundentes, lo cierto es que hay algunos tópicos que no deberían perpetuarse. Al menos no ser cotidianos. O como poco, que seamos responsables a nivel nutricional de que lo que estamos haciendo no es correcto, aunque pueda parecerlo.
Distamos mucho de los macrodesayunos anglosajones, ya sean británicos o estadounidenses. De hecho, los españoles sí desayunamos, aunque no en esas cantidades, pero lo hacemos. Se estima que más del 90% de la población desayuna a diario. Porcentaje que se reduce a un 48% en torno al mito de que sea la comida más importante del día.
Lo que sí somos, al menos según relata el informe ¿Qué desayunan los españoles? que elaboró hace unos años el Ministerio de Medio Ambiente, es de desayunar en casa. Y, además de eso, de costumbres, pues apenas modificamos el menú, que suele consistir en entre dos y tres alimentos.
El problema es que de esos dos o tres alimentos, uno es líquido —gana el café por abrumadora mayoría— y los otros dos, si atendemos a la estadística, son desayunos a base de pan o de bollería. Luego llegan el jamón y los embutidos, los fritos o los huevos, dejando a verduras o frutas en la mitad de la lista.
Hemos crecido con el convencimiento de que los desayunos han de tener una base de pan, que no tiene por qué ser necesariamente mala. La vuelta de tuerca llega, sobre todo, con lo que aliñamos y aderezamos esas tostadas. De esta manera, un plato relativamente amable puede convertirse en un plato nutricionalmente poco recomendable.
Ya sabemos que hay ciertos elementos del desayuno que deberíamos evitar o, cuanto menos, minimizar. Es el caso del cacao soluble en polvo —pues es una bomba de azúcar—, los zumos (especialmente los procesados) y que tampoco deberíamos estar abusando de la bollería industrial. Esta última por su contenido en azúcar y grasas, que veremos como problema recurrente en el desayuno español promedio.
Eso no significa que las tostadas, pilar del desayuno, sean el alimento más recomendado para nuestro día a día. Especialmente si prestamos atención a lo que solemos añadir sobre ellas. Por esta razón, las mejores opciones debieran pasar por un consumo de fruta, de hidratos de carbono complejos y de proteínas que no estén cargadas también de sodio, como suele pasar con el embutido.
Las tostadas en sí
Hemos de ser algo exigentes con el tipo de pan que utilizamos para nuestras tostadas. Sobre todo, cuando partimos de que la mayoría de ocasiones se hacen de pan blanco. Puede ser de molde o de barra u hogaza, pero generalmente son de pan blanco, es decir, de harinas refinadas.
Sería más conveniente que la base de nuestras tostadas, puestos a hacer esta preparación cargada de hidratos de carbono —y del consiguiente pico glucémico— fuera más amable. Por eso, lo recomendable es que se tratase de panes integrales, pues aportan más fibra, más proteínas y son más saciantes.
Sin embargo, no es lo único que nos debe importar. El problema también está en el pan de molde, por ejemplo, pues suele tener una pequeña cantidad de azúcares —no hidratos de carbono— que no conviene añadir al día a día. Si es de manera puntual no pasa nada, pero suele ser una cantidad que oscila entre los tres y los seis gramos de azúcar por cada 100 gramos de producto, que no deja de ser azúcares añadidos, de los que ya te hablamos en THE OBJECTIVE.
Mermeladas
El hecho de tener una base frutal no significa que las mermeladas sean fruta. Ni mucho menos que sean sus sustitutas. Cuando hablamos de mermeladas —o confituras, jaleas y compotas— hablamos de recetas donde la fruta se cocina con una cantidad enorme de azúcar que rara vez baja del 40% del total del peso de la mermelada.
Una cantidad prescindible de azúcar que, además, no contiene la totalidad de los beneficios que sí tiene la fruta fresca, debido al proceso de elaboración. Se pierden parte de las vitaminas, más o menos abundantes de un tipo o de otro en función de la fruta, aunque los minerales sí se mantienen. En cualquier caso, la ratio de azúcar, siendo el único hidrato de carbono que está presente en estos elaborados, las desaconseja para el uso cotidiano.
Cremas de cacao
Es una de las tentaciones más habituales en los desayunos de los más pequeños de la casa, pero el cacao generalmente no debe ser un ingrediente cotidiano. Mucho menos cuando estamos hablando de tostadas en las que añadimos cremas untables de cacao, ya sean con avellanas o sin ellas, cuyo primer ingrediente siempre es el azúcar.
Yendo a marcas muy conocidas, vemos que sus etiquetados advierten de cantidades de azúcar que supera el 50% del total del producto con facilidad. Además, algunas de estas marcas también utilizan grasas como el aceite de palma. Un ingrediente menos recomendable a nivel cardiosaludable que el aceite de oliva por tener más grasas saturadas.
Miel
Tiene una curiosa fama como alimento saludable, especialmente como alternativa al azúcar. Sin embargo, la miel en su mayor parte sigue siendo un hidrato de carbono. Esto pasa porque está formado por monosacáridos como la fructosa y la glucosa, es decir, azúcar. Por este motivo, pensar que la miel es mucho más sana que el azúcar es un error. Pues no dejaría de ser añadir más azúcar a las tostadas.
Es cierto que es algo menos calórica, pero eso no la hace recomendable. Además, aunque existen mieles que tienen ciertas vitaminas o minerales, la realidad es que las mieles más frecuentes en el mercado han sido tratadas para hacerlas más estables o fluidas. Se suelen centrifugar, presionar en caliente o pasteurizar, por lo que se pierden parte de las propiedades, vitaminas y minerales que atesora la miel cruda.