Durante un corto periodo de tiempo, comer poco para verme bien fue la herramienta de la que me serví para sentir que había algún aspecto de mi vida que aún estaba bajo mi control, en un momento en el que parecía que todo lo demás dejaba de estarlo. O quizás simplemente fue cosa de mi primer noviazgo, que trajo consigo las inseguridades que sobrevienen a una adolescente cuya percepción de su físico no es mala, pero podría ser mejor.
La mayoría de mis amigas reconocen haber tenido una relación disfuncional con su cuerpo en algún momento de su vida. Pocas pueden asegurar no haber vivido un episodio en el que mirándose al espejo, han sentido como su propio reflejo las desalentaba, lo que irremediablemente, ha terminado por impactar en la manera en la que se enfrentaban a su plato de comida. La narrativa que cada una de nosotras tiene de los alimentos está en gran medida definida por la que tienen las mujeres que orbitan a nuestro alrededor, es el efecto dominó.
Muchas amigas acabaron pagando en sus propias carnes las consecuencias de una mala relación con la misma, solo que esta relación no era en realidad suya, sino de sus madres. Los porqués de un patrón que se repite una y otra vez y que todo el mundo los conoce. Lástima que, a pesar de los avances que hayamos podido observar durante la última década (cuya consistencia se tambalea más a menudo de lo deseable, las semanas de la moda de este 2023 nuevamente en el punto de mira con sólo un 3,8% de modelos vistiendo tallas superiores a la S, según The Cut), el camino siga pareciendo interminable.
El sociólogo americano Charles Horton Cooley resume a la perfección el asunto de la autoestima: “No soy quien tú crees que soy; no soy quien yo creo que soy; soy quien yo creo que tú crees que soy’’, una afirmación que por enrevesada que parezca, entraña una verdad: que la mayor de las losas es la que cada uno se arroga, sufriendo por lo que cree que otros piensan de él.
Estoy a punto de cumplir 31 años. En dos días, exactamente. Si tuviese que medirle el pulso a mi autoestima, diría que es constante, que está sana. Late con normalidad. Manejo con más destreza que antaño las herramientas de las que sé que depende la percepción que tengo de mí misma: sacar tiempo para cenar con amigas, también reservar días en los que ni estoy ni se me espera, y mi única obligación es conmigo misma, salir a pasear en silencio.
Me sienta bien el ejercicio físico, una batalla que me ha llevado más de 30 años ganar. El yoga, meditar, hacer ejercicios de respiración. Salir a bailar a pesar de que la semana haya sido extenuante, pero también quedarme en casa si el cuerpo me lo pide. Cocinar recetas deliciosas para mí misma, disfrutarlas como parte de mi rutina de autocuidado. Tomar varios cafés al día, no tantos como antes, porque la mesura me sienta hoy mejor que un cuarto chute de cafeína. Beber una infusión de hinojo cada noche, escuchar los podcasts de Jay Shetty, en los que otros comparten las prácticas que les ayudan a gestionar estratégicamente su bienestar. Todo ello me hace llevarme mejor conmigo misma, porque tomo la decisión de hacerlo pensando en mí.
Hoy sé que el amor propio se cocina como una buena receta, cuyo éxito depende del empeño del cocinero y de la calidad y variedad de los distintos ingredientes, porque todos aportan algo y conducen al equilibrio, y hay miles, se trata de elegir los que a ti te sientan mejor. V